lunes, 31 de julio de 2017

Obituarios 18

Jeanne Moreau (23.01.1928-31.07.2017)
Jeanne Moreau en una escena de La bahía de los ángeles (La baie des anges), Jacques Demy, 1963 (con Claude Mann)

Mondo brutto 7 (todo cambia)

La infanta Elena y su exmarido detrás de dos de los compañeros de graduación de su hijo,
Blue Ridge College, Virginia, 26.05.17 (fuente del propio colegio)
Música popular 48, posterior entrada del blog

omnia mutantur, nihil interit: errat et illinc
huc venit, hinc illuc, et quoslibet occupat artus
spiritus eque feris humana in corpora transit
inque feras noster, nec tempore deperit ullo,
utque novis facilis signatur cera figuris
nec manet ut fuerat nec formam servat eandem,
sed tamen ipsa eadem est, animam sic semper eandem
esse, sed in varias doceo migrare figuras.
ergo, ne pietas sit victa cupidine ventris,
parcite, vaticinor, cognatas caede nefanda
exturbare animas, nec sanguine sanguis alatur!

Todas las cosas se mutan, nada perece: erra y de allí
para acá viene, de aquí para allá, y cualesquiera ocupa miembros
el espíritu, y de las fieras a los humanos cuerpos pasa,
y a las fieras el nuestro, y no se destruye en tiempo alguno,
y, como se acuña la fácil cera en nuevas figuras,
y no permanece como fuera ni la forma misma conserva,
pero aun así ella la misma es: que el alma así siempre la misma
es, pero que migra a variadas figuras, enseño.
Así pues, para que la piedad no sea vencida por el deseo del vientre,
cesad, os vaticino, las emparentadas almas con matanza
abominable de perturbar, y con sangre la sangre no sea alimentada.

Ovidio, Metamorfosis, Libro XV, 165-175, trad. Ana Pérez Vega

miércoles, 26 de julio de 2017

viernes, 14 de julio de 2017

Música popular 45

Paco Ibáñez (20.11.1934)
La más bella niña, Ibáñez/Góngora

Luis de Góngora, Letrillas, 6

Que pida a un galán Minguilla
cinco puntos de jervilla,
bien puede ser;
mas que calzando diez Menga,
quiera que al justo le venga,
no puede ser.

Que se case un don Pelote
con una dama sin dote,
bien puede ser;
Mas que no dé algunos días
por un pan las damerías,
no puede ser.

Que la viuda en el sermón
dé mil suspiros sin son,
bien puede ser;
mas que no los dé, a mi cuenta,
porque sepan dó se sienta,
no puede ser.

Que esté la bella casada
bien vestida y mal celada,
bien puede ser;
mas que el bueno del marido
no sepa quién dio el vestido,
no puede ser.

Que anochezca cano el viejo,
y que amanezca bermejo,
bien puede ser;
mas que a creer nos estreche
que es milagro y no escabeche
no puede ser.

Que se precie un don Pelón
que se comió un perdigón,
bien puede ser;
mas que la biznaga honrada
no diga que fue ensalada,
no puede ser.

Que olvide a la hija el padre
de buscarle quien le cuadre,
bien puede ser;
mas que se pase el invierno
sin que ella le busque yerno,
no puede ser.

Que la del color quebrado
culpe al barro colorado,
bien puede ser;
mas que no entendamos todos
que aquestos barros son lodos,
no puede ser.

Que por parir mil loquillas
enciendan mil candelillas,
bien puede ser;
mas que, público o secreto,
no haga algún cirio efeto,
no puede ser.

Que sea el otro letrado
por Salamanca aprobado,
bien puede ser;
mas que traiga buenos guantes
sin que acudan pleiteantes,
no puede ser.

Que sea médico más grave
quien más aforismos sabe,
bien puede ser;
mas que no sea más experto
el que más hubiere muerto,
no puede ser.

Que acuda a tiempo un galán
con un dicho y un refrán,
bien puede ser;
mas que entendamos por eso
que en Floresta no está impreso,
no puede ser.

Que oiga Menga una canción
con piedad y atención,
bien puede ser;
mas que no sea más piadosa
a dos escudos en prosa,
no puede ser.

Que sea el Padre Presentado
predicador afamado,
bien puede ser;
mas que muchos puntos buenos
no sean estudios ajenos,
no puede ser.

Que una guitarrilla pueda
mucho después de la queda,
bien puede ser;
mas que no sea necedad
despertar la vecindad,
no puede ser.

Que el mochilero o soldado
deje su tercio embarcado,
bien puede ser;
mas que lo crean de la guerra
porque entró roto en su tierra,
no puede ser.

Que se emplee el que es discreto
en hacer un buen soneto,
bien puede ser;
mas que un menguado no sea
el que en hacer dos se emplea,
no puede ser.

Que quiera una dama esquiva
lengua muerta y bolsa viva,
bien puede ser;
mas que halle, sin dar puerta,
bolsa viva y lengua muerta,
no puede ser.

Que el confeso al caballero
socorra con su dinero,
bien puede ser;
mas que le dé, porque presta,
lado el día de la fiesta,
no puede ser.

Que junte un rico avariento
los doblones ciento a ciento,
bien puede ser;
mas que el sucesor gentil
no los gaste mil a mil,
no puede ser.

Que se pasee Narciso
con un cuello en paraíso,
bien puede ser;
mas que no sea notorio
que anda el cuerpo en purgatorio,
No puede ser.

jueves, 13 de julio de 2017

Ayer y hoy 14

Luis Paret y Alcázar, La tienda de Geniani, Museo Lázaro Galdiano, Madrid
Interior de Primark en la Gran Vía de Madrid
Foto: David Alonso Rincón

miércoles, 12 de julio de 2017

Casas 5 - Locus amoenus 4

El mas Sallent desde el camino de Bolvir (Cerdaña, Gerona)
Foto: Antonio Erena, 13.08.06

M'agrada'l balcó gran de la muralla
quan la gent de la vila hi va a badar,
i amb ull ja quasi incommobible aguaita
el pas de la llunyana tempestat.

Passa la tempestat esgarrifosa
per damunt de la serra allà al davant,
tremolant de llampecs, silencïosa
per la gent de la vila i la del pla.

Còm hi dèu ploure en les profondes gorges
i en els plans solitaris de les valls!
Prou l'huracà'ls açota aquells cims nusos
i peta l'aigua en aquells rocs tant grans;
s'astoren els remats, el pastor crida,
i algun abet cau mitj-partit pel llamp!

Però en el balcó gran de la muralla
no se sent res: la gent hi va a badar,
i amb ull ja quasi incommobible aguaita
el pas de la llunyana tempestat.
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Me gusta el gran balcón de la muralla
cuando la gente de la villa va a mirar,
y con ojo ya casi inconmovible observa
el paso de la lejana tempestad.

Pasa la tempestad escalofriante
por encima de la sierra allá delante,
temblando de relámpagos, silenciosa
para la gente de la villa y la del llano.

¡Cómo debe llover en las profundas gargantas
y en los llanos solitarios de los valles!
¡Con fuerza el huracán azota aquellas cumbres desnudas
y se estrella el agua en aquellas rocas tan grandes;
se escapan los rebaños, el pastor llama,
y algún abeto cae medio partido por el rayo!

Pero en el gran balcón de la muralla
no se siente nada: la gente va a mirar,
y con ojo ya casi inconmovible observa
el paso de la lejana tempestad.

Joan Maragall, A montanya, del libro Visions & Cants, Puigcerdà, 1897, (traducción: Antonio Erena)

lunes, 10 de julio de 2017

Verano - Gastromanía 16

Alcaparro o alcaparrera (Capparis spinosa)
... la langosta será una carga y la alcaparra fallará...
(traducción de la cita del Eclesiastés12:5)

Nuestro campo es hermoso y tiene su atractivo particular en todo tiempo, en cada estación. Durante el pleno verano, reseco y abrasador, el campo ofrece también su espléndido paisaje, su sólido encanto a quienes saben apreciarlo.

Echemos una tarde de alcaparras, cuando el sol declina. Cruzaremos cerros cubiertos de yerbas secas, de cardocucos que crujen al pasar, de cadillos o caíllos, ásperos, que prenden sus semillas erizadas de pinchos en nuestras ropas. Gayumbas y matagallos, cornicabra y ruda que exhala su fuerte y acre olor medicinal. Manchas verdes entre el ocre y el pajizo de las plantas agostadas. Las piedras despiden fuego y todo el campo alienta una flama con olor a rastrojos, a parva de la era, a tierra quemada.

Y los olivares, separados por lindes o cercas con almendros y alguna higuera oñigal o doñigal. Cada olivar tiene su labor. Unos están rastreados, con los ruedos hechos, los pies cuidadosamente cavados. Los olivos se comparan con matas de albahaca, podados con esmero, esperando sólo el desvareto que no ha de tardar. Es un árbol agradecido, sobrio, resistente a la sequía y al sol canicular que cae sobre sus ramas verdes, grises, plata. Están labrados con amor, sus lindes desbrozadas, las piedras recogidas en albarradas: son una gloria del agro andaluz. Hay otros un poco dejados, con labores groseras, para salir del paso, llenos de terrones, de matojos secos y grama. Pero, en todo caso, el olivar es paisaje de Jaén, nuncio de aceite, heraldo de sabrosas aceitunas de verdeo. De lejos se sabe si traen cosecha o están vacíos. La posición de las ramas lo denota.

En los blanquizares se dan con preferencia los alcaparros. Capparis spinosa. El alcaparral se denuncia por sus matas verdes, de tallos largos y espinosos, extendidas sobre la tierra de labor o en los bardales. Sus flores son un poco exóticas y recuerdan a las orquídeas. Blancas y grandes, con irisaciones de heliotropo y una cresta o plumero de bellos pistilos nacarados.

Como las esparragueras en abril, cada alcaparro tiene su vereda. Nunca como hoy han sido tan buscados sus frutos. Con los últimos soles de la tarde, cuando los levantamos con el mango de la gancha para descubrir alcaparrones escondidos, nos embriaga el vaho denso y penetrante que exhalan. Yo diría que es uno de los olores naturales más enervantes, como el de la tierra mojada o el pan caliente.

En una cestita de mimbre vamos depositando el botón de la flor o alcaparra, y los escasos alcaparrones, ovales y listados de blanco sobre el verde recubierto de impalpable polvillo, o empañado, como el de las uvas.

Cuando regresamos con nuestra cosecha, el sol se ha puesto y el largo crepúsculo de oro y de calina, vela un poco los horizontes malva. Un pajarillo enramado sale espantado de un espino donde quizá tiene su tierno nido. Es un ave pequeñita y silvestre, una maravilla de finura verde y gris, delicada y aérea. Otros pájaros vuelan muy altos, gozosos en el inmenso azul de este declinar rosado.

Pasamos por antiguas caserías de piedra, cerradas y misteriosas. Algunas son ya sólo caserones ruinosos, como se dijo siempre de estas casas rurales abandonadas. La emigración se llevó a sus moradores y ya no se oyen en sus contornos las risas o el llanto de los chiquillos, ni el cantar en la besana de sus padres o hermanos mozos. Ni nos ventea un can que ladre soliviantado, ni se escucha siquiera el cloquear de las gallinas. El campo está silencioso, casi mudo, y sólo percibimos el piar de un pájaro o esos rumores finísimos de la brisa en las ramas o el chirrido de las chicharras, persistente, monótono.

* * *

Rajados los alcaparrones, se han echado en un frasco de cristal relleno de vinagre. Serán una rica promesa para picar, mientras se come el cocido con cardillos, o las patatas guisadas, o un buen potaje de alubias o garbanzos.

En los balcones, o en las antiguas rejas salientes que desaparecen, ¡ay!, demasiado deprisa, se suelen ver en este tiempo orcillas de barro tapadas con pámpanas de parral. Son las alcaparras echadas en agua y sal que se curan al sol durante ocho o diez días. A veces también se cubren con granzones de paja. Después, cuando ya estén dulces, se servirán en ensalada veraniega, con su tomate picado, su aceite, pimiento y un poco de cebolleta picada. Un sabor de Jaén, un sabor de España, que ha traspasado nuestras fronteras.       

Rafael Ortega y Sagrista, «Las alcaparras», de Escenas y costumbres de Jaén


jueves, 6 de julio de 2017

Fiesta

Un toro de Cebada Gago embiste a los mozos en la curva de Mercaderes,
Pamplona, 2º encierro 2016
Foto: Maite H. Mateo

Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.

                                                                       
                                                                                  Antonio Machado, El mañana efímero (fragmento)                       
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          El espacio de terreno que iba del extremo de la ciudad a la plaza de toros estaba embarrado. La gente se aglomeraba a lo largo de la empalizada que llevaba hasta el ruedo, y una compacta muchedumbre abarrotaba los balcones exteriores y el borde superior de la plaza. Oí el cohete y supe que no conseguiría entrar en el ruedo a tiempo para presenciar la llegada de los toros. Entonces me dirigí hacia la empalizada, abriéndome paso a empellones por entre la gente. Quedé prensado contra los tablones de la empalizada. La policía despejaba la senda formada por las dos vallas, y la muchedumbre que la ocupaba se dirigía tranquilamente o a paso ligero hacia el interior de la plaza. Luego empezó a llegar gente corriendo. Un borracho resbaló y se cayó. Dos guardias lo cogieron y lo arrojaron al otro lado de la empalizada. Ahora la muchedumbre ya corría a toda velocidad. La gente prorrumpió en un gran grito y, al pasar mi cabeza por entre dos tablas, vi que los toros acababan de entrar en el largo corral, al término de su trayectoria callejera. Avanzaban velozmente, ganando terreno a la muchedumbre. Y precisamente entonces otro borracho se adelantó desde la empalizada con una blusa en las manos; quería usarla como capa para torear. Los dos guardias se precipitaron y lo agarraron por el cuello; uno le pegó con la porra; luego lo llevaron a rastras hasta la empalizada y permanecieron pegados a ella, en tanto que pasaban los toros y las últimas oleadas de gente. La muchedumbre que corría delante de los toros era tal que tuvo que comprimirse y aminorar la marcha al avanzar por entre las empalizadas que llevaban hasta el ruedo; y cuando los toros pasaron galopando en manada, pesados, con los flancos llenos de barro y balanceando los cuernos, uno de ellos salió disparado hacia delante, cogió por la espalda a uno de los que corrían y lo levantó por los aires. El hombre iba con los brazos pegados al cuerpo y, al entrarle el cuerno, echó la cabeza hacia atrás; el toro lo levantó y luego lo dejó caer. Cogió después a otro hombre que corría ante él, pero éste desapareció entre la multitud, que franqueó la puerta y se metió en el ruedo, con los toros detrás. Se cerró la puerta roja del ruedo y la muchedumbre que llenaba los balcones exteriores se precipitó a empujones hacia el interior. Se oyó un grito; luego otro grito.
El hombre que había recibido la cornada yacía boca abajo en medio del barro pisoteado. Yo no podía verlo, porque la gente había saltado por encima de la empalizada y había formado una espesa masa en torno a él. Del interior de la plaza llegaban gritos. Cada uno de ellos significaba el ataque de algún toro contra la multitud. Por el grado de intensidad del grito, uno podía hacerse idea de la gravedad de lo que ocurría. Luego se elevó el cohete que anunciaba que los bueyes habían conseguido sacar a los toros del ruedo y los habían metido en los corrales. Me alejé de la empalizada y me dirigí a la ciudad.
De regreso a la ciudad, me fui al café para tomar una segunda taza de café y tostadas con mantequilla. Los camareros barrían el suelo y limpiaban las mesas. Uno se acercó a preguntarme qué deseaba.
—¿Ocurrió algo en el encierro?
—No lo vi todo. Un hombre fue gravemente cogido.
—¿Dónde?
—Aquí.
Me puse una mano en los riñones y la otra en el pecho, en el sitio por donde, al parecer, habría salido el cuerno, en caso de atravesarlo. El camarero asintió con un movimiento de cabeza y con el trapo quitó las migas de la mesa.
—Gravemente cogido —dijo—. Y todo por deporte, todo para divertirse.
Se alejó y volvió con el café y la leche, en sus jarros de largas asas. Vertió la leche y el café. De los largos picos salían dos chorros, que iban a parar dentro del gran tazón. Inclinó nuevamente la cabeza.
—Gravemente cogido por la espalda —repitió.
Puso los jarros encima de la mesa y se sentó en la silla que había junto a ella:
—Una buena cornada. Y todo para divertirse. Sólo para divertirse. ¿Qué opina usted de eso?
—No sé.
—Pues es así: todo para divertirse. Divertirse, ¿comprende?
—¿No es usted aficionado?
—¿Yo? ¿Qué son los toros? Animales. Animales salvajes.
Se levantó y se llevó la mano a los riñones:
—La espalda atravesada de parte a parte. La espalda atravesada de parte a parte por una cornada. Para divertirse…, ¿comprende?
Sacudió la cabeza y se alejó con los jarros. Pasaban dos hombres por la calle y el camarero los llamó. Su aspecto era grave. Uno de ellos sacudió la cabeza.
¡Muerto! —gritó.
El camarero movió la cabeza de arriba abajo. Los dos hombres siguieron andando. Iban a hacer algún recado. El camarero se acercó a mi mesa.
—¿Oyó usted? Muerto —repitió en inglés—. Ha muerto. Atravesado por un cuerno. Y todo para divertirse una mañana. Es muy flamenco.
—Es una pena.
—Eso no es para mí —dijo el camarero—. No veo la gracia de esas cosas.

                     Ernest Hemingway, Fiesta (The Sun Also Rises), Capítulo XVII (fragmento, trad. M. Solá)