miércoles, 2 de agosto de 2017

Locus amoenus 5

Casería de San Antonio, Torredonjimeno,
en primer término un majuleto o espino albar (Crataegus monogyna)
Foto: Antonio Erena (1.08.17)
Para emplazamiento de una casa entre jardines se debe elegir un altozano que facilite su guarda y vigilancia. Se orienta el edificio al mediodía, a la entrada de la finca, y se instala en lo más alto el pozo y la alberca, o mejor que pozo se abre una acequia que corra entre la umbría. La vivienda debe tener dos puertas, para que quede más protegida y sea mayor el descanso del que la habita.
Junto a la alberca se plantan macizos que se mantengan siempre verdes y alegren la vista. Algo más lejos debe haber cuadros de flores y árboles de hoja perenne. Se rodea la heredad con viñas, y en los paseos que la atraviesen se plantan parrales. El jardín debe quedar ceñido por uno de estos paseos con objeto de separarlo del resto de la heredad. Entre los frutales, además del viñedo, debe haber almeces y otros árboles semejantes, porque sus maderas son útiles.
Ibn Luyun al-Tuyibi (1282-1349),
«157. Séptima: sobre lo que ha de elegir en la disposición de los jardines,
sus viviendas y las casas de labor», Tratado de Agricultura

Las caserías de Jaén tienen su personalidad, sus características, su cometido. Son casa de labor y también de recreo. Son casa de teja, como se describe en las antiguas escrituras. La mayor parte tienen espesos muros de tapiales, blanqueados al exterior. Otras, las más ricas, son de piedra. En sus fachadas, y por motivos de seguridad, hay más rejas salientes que balcones. Los techos, de bovedillas y vigas pintadas; las puertas de cuarterones. Hay vivienda para los caseros, con su cocina portal y poyos a lo largo de las paredes. En el frontal, la chimenea de campana, que a veces tira y otras revoca el humo, por lo que se le hace un ladrón en el exterior. En el hogar hay trébedes, un armadillo de hierro para sostener los pucheros, tenazas y una caña horadada para soplar y avivar el fuego.
En los bajos también está la cuadra con sus pesebres, en los que cae la paja por una chimenea o piquera desde el pajar, situado en las cámaras. Y suele haber un corral para conejos o para la cabra y el averío, y en algunas quedan aún lagares enlosados y bodega de tinajas si tuviera viña antes de la filoxera.
El piso principal solía estar reservado a los señores, aunque a veces también tenía salas bajas para el verano. En los terrados se orea la matanza, se guarda la almendra y la fruta de colgar para invierno. Y los lienzos plegados de la recolección, que aun limpios trascienden a aceituna.
Precede a la casa una lonja empedrada con poyos de piedra que sirven de asiento y para montar en las bestias. Y un perro de cadena que avisa. Los olivos llegan hasta los muros y alternan con los cipreses y los almendros. Incluso hay frutales de secano, como albaricoqueros, serbos, nísperos y granados.
Y algo mejor tienen todavía las caserías: su silencio y su paisaje. Su silencio rural, apacible, acariciador, sentimental. Su paisaje desde la lonja, desde las rejas…

Luis Berges Roldán (dibujos) y Rafael Ortega y Sagrista (textos),
«Casería de Ochoa», Dibujando en Jaén, I

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